En el norte del valle de la Becá, el convento de las religiosas de Nuestra Señora del Buen Servicio se ha convertido en refugio para más de 800 personas que han huido de los bombardeos. Las quince religiosas de la Iglesia greco-melquita católica acogen allí a cientos de desplazados, en su mayoría musulmanes, ofreciéndoles no sólo cobijo, sino también consuelo y apoyo.
Desde el 23 de septiembre pasado, los intensos bombardeos en los pueblos de los alrededores de Jabboulé, en el norte del valle de la Becá, en el Líbano, han empujado a cientos de personas a buscar refugio en el recinto del convento de las Hermanas de Nuestra Señora del Buen Servicio, situado en Jabboulé. “La primera noche de los bombardeos, decenas de personas corrieron a refugiarse con nosotras”, ha contado la madre Joselyne Joumaa, superiora general de la congregación, a la fundación pontificia Aid to the Church in Need (ACN). “En doce días hemos acogido a más de 800 desplazados. Estamos desbordadas y no podemos acoger a más gente”.
En tiempos de paz, la escuela del convento enseña sin hacer distinciones a niños de todas las confesiones, lo que ha creado lazos con la comunidad musulmana circundante: “Confían tanto en nosotras que incluso hemos oído a menudo a musulmanes desplazados decir: ‘¡Vuestra cruz nos protegerá!’”.
Gracias al apoyo de ACN, que ha destinado a las religiosas una ayuda de emergencia con la que se financian alimentos, medicinas, material sanitario y gastos de alojamiento, las 15 hermanas de la congregación de Nuestra Señora del Buen Servicio de Jabboulé han podido abrir las puertas de su convento, su escuela y su orfanato. La mayoría de los desplazados acogidos son musulmanes chiíes. Algunos lo han perdido todo, pero todos están atenazados por el miedo, e incluso traumatizados por la violencia de los bombardeos.
Un remanso de paz en medio de la tormenta
Con gran dedicación, las religiosas reciben la ayuda humanitaria, clasifican las cajas y distribuyen su contenido. Ofrecen desayuno y almuerzo todos los días a los 800 desplazados y se toman su tiempo para escucharlos: “Vienen a compartirnos sus angustias y su miedo al mañana”, explica la madre Joselyne. “Y también estamos allí para ayudarles en todas sus necesidades materiales, que son muchas”. Entre dos y tres veces por semana, las religiosas organizan actividades y grupos de recreo para ofrecer a los niños unos momentos de normalidad en este contexto turbulento.
Muchos desplazados ayudan a las hermanas a gestionar esta situación: los hombres cortan leña para el invierno, recogen basura y transportan las cajas de ayuda humanitaria, mientras que las mujeres echan una mano en la cocina.
Algunos de ellos les piden a las religiosas que les dejen pasar un rato en la capilla, pues aprecian la paz y la tranquilidad que reinan allí, y también es allí donde las hermanas encuentran la fuerza necesaria para afrontar los retos diarios, pues sus preocupaciones van en aumento. “Se acerca el invierno. ¿Cómo garantizarles calefacción, electricidad y agua caliente?”, se pregunta, inquieta, la madre Joselyne. “Es un hecho: pensar en el mañana puede desanimarnos, porque la tensión diaria es, a veces, difícil de soportar. No obstante, nuestra misión es continuar con fidelidad. Os pedimos que nos apoyéis con vuestras oraciones”, pide a ACN.
La serenidad y la sonrisa de las hermanas, incluso en plena crisis, no dejan de sorprender a los musulmanes desplazados. Así, la madre Joselyne destaca que el amor y el servicio humilde de las religiosas les recuerdan a menudo la actitud de la Virgen María, también venerada en el islam, creando una conexión espiritual entre ambas religiones. Las religiosas les contagian su calma a los niños desplazados, que a menudo se sienten aterrorizados por los bombardeos. “Cuando los propios padres, atenazados por el pánico, ya no son capaces de calmar a sus hijos, son las hermanas las que los toman en brazos y les aseguran que están a salvo porque están en la casa de Dios”, cuenta la madre Joselyne.