En Añatuya, una de las diócesis más pobres de Argentina, la mayoría de sus 200.000 habitantes viven dispersos por un territorio de 68.000 kilómetros cuadrados, a saber, casi tan grande como Irlanda. Allí, las carreteras son malas, la población apenas tiene acceso a la educación y a una atención médica, y el desempleo y las familias desestructuradas están muy extendidos.

En la diócesis trabajan 83 religiosos -81 hermanas y dos hermanos de distintas congregaciones- y siete misioneras laicas que gestionan residencias de ancianos, hogares infantiles y comedores sociales o que atienden a discapacitados, mientras otros trabajan en parroquias que carecen de sacerdote y acompañan a las familias en la fe. Para ello, a menudo tienen que recorrer largas distancias, a menudo incluso en bicicleta.

La Hna. María Luján de las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima, una de las congregaciones activas en la diócesis, nos informa: “En la actualidad atendemos veinte centros de misión (que llaman ‘parajes’) ubicados a hasta 56 kilómetros de distancia y situados a lo largo de caminos sin asfaltar, difícilmente transitables tanto cuando llueve, por el barro, como cuando no, por las dunas de tierra fina.

“La población de estos ‘parajes’ se compone por una media de diez a setenta familias con numerosos niños, que viven muy dispersas, pues crían cabras que pastorean en campo abierto.

“Nosotras acompañamos espiritualmente a la gente, visitamos los hogares, impartimos la catequesis, llevamos la pastoral a ancianos y enfermos, nos ocupamos de la educación ética y moral de niños y jóvenes, y celebramos la Liturgia de la Palabra. Además, disponemos de una enfermería y ofrecemos cursos de costura y manualidades. Siempre intentamos aliviar las necesidades que detectamos en las familias”.

Nosotros queremos volver a apoyar este año con 33.000 euros a los religiosos y laicas misioneras de la diócesis de Añatuya para que puedan proseguir con su valiosa y sacrificada labor.