La discriminación y violencia contra los cristianos en Pakistán están aumentando… Tu ayuda es esencial para darles el apoyo que tanto necesitan. Cada pequeña contribución cuenta y puede marcar la diferencia en la vida de quienes sufren por ser fieles a Jesús.
¡Juntos podemos hacer una diferencia!
Por: Magdalena Lira, directora nacional de ACN Chile
Iqbal Masih, Akash Bashir, Adeel, Roha… son algunos de los nombres que nunca habíamos escuchado, pero que nunca olvidaremos.
Los conocimos durante nuestra visita a Pakistán. No fue fácil llegar a este país, vecino de Afganistán, donde las tendencias extremistas y la intolerancia hacia las minorías han aumentado. Fuimos como parte de una delegación de ACN, para conocer en terreno las dificultades que día a día enfrentan los cristianos, pero también para darles una señal de esperanza. Para que sepan que no están solos.
Aterrizamos en Lahore, una ciudad que concentra a la mayoría de los cristianos pakistaníes, que representan solo el 2% de la población. Son los más pobres de entre los pobres. Discriminados y considerados ciudadanos de segunda categoría, la mayoría de ellos ni siquiera ha tenido la posibilidad de estudiar y son muchos los niños que trabajan en fábricas de ladrillos o de alfombras. Lo hacen porque sus padres, al no poder alimentar a su familia, piden ayuda económica a los dueños de esas industrias. Para pagar la deuda, sus hijos deben trabajar.
Un caso emblemático es el de Iqbal Masih, que trabajaba en una fábrica de alfombras, en las afueras de Lahore. A los 10 años logró escapar y se dedicó a denunciar la situación de los niños que se ven obligados a trabajar. Su heroísmo le costó la vida y fue asesinado en 1995, a los 16 años, mientras visitaba a sus familiares. Estuvimos con una persona muy cercana a él, pero no podemos dar su nombre porque está amenazado: si habla de Iqbal también puede ser víctima de un atentado. Aún así se atrevió a contarnos la historia de este joven, que hoy es un símbolo para muchos en su país. A pesar de que perdió a un ser querido, para él es un orgullo que Iqbal dedicara su vida a denunciar lo que él mismo vivió en su infancia.
Son cientos los niños cristianos que viven esa situación. La Iglesia les ha construido escuelas, para salvar su infancia y también para darles un mejor futuro. Si los cristianos se educan, podrán tener mejores trabajos y ser más considerados en la sociedad. La educación es la clave para la supervivencia del cristianismo. “Como minoría tenemos que ser capaces de mantenernos solos y pedir que haya igualdad para nosotros. Si queremos tener más oportunidades, nos piden que nos convirtamos al Islam. La conversión forzosa es un desafío”, nos cuenta Adnan, un joven que con poco más de 20 años, ha enfrentado enormes dificultades. Su amigo Meheoish nos dice de dónde saca fuerzas: “Nuestra fe nos hace fuertes para sobrellevar las pruebas que nos pone la sociedad.”
Jóvenes comunes pero extraordinarios
“Mi mayor miedo es ser mujer. No estamos seguras, no podemos salir solas. Tenemos que educarnos para vencer esto”, nos dijo con una seguridad impresionante Mishal, una joven cristiana que es parte de la Organización de Mujeres Católicas, creada por la Conferencia Episcopal de Pakistán para promover la participación de las mujeres en la sociedad, en igualdad de condiciones y dignidad humana. Porque si ser cristiano en ese país es un desafío, ser cristiana y mujer implica ser víctima de una doble discriminación. Muchas sufren violencia física y síquica, y otras son secuestradas u obligadas a casarse y convertirse al Islam.
La organización funciona a través de las parroquias, donde las acompañan y ayudan en su difícil camino. Son mujeres comunes, que hacen esfuerzos extraordinarios para superar la discriminación. Se apoyan entre ellas, los monitores les enseñan cómo educar a sus hijos, cómo hacer un presupuesto familiar, cómo tratar los temas de salud. Son pequeños pasos que las ayudan a alcanzar una mayor independencia y a valorarse como seres humanos con dignidad propia.
A los niños y jóvenes la Iglesia tampoco los deja solos. Hace grandes esfuerzos para darles educación escolar y, a quienes destacan en los estudios, los apoya para que puedan ir a la universidad. Sin esta ayuda, no podrían acceder a ningún tipo de educación.
Visitamos las poblaciones donde viven la mayoría de las familias cristianas de la ciudad de Rawalpindi. Pasajes angostos, abarrotados de basura, con pequeñas casas a ambos lados, sin espacios comunitarios. Muchas mujeres hacen fuego en las callejuelas para cocinar, mientras los niños juegan alrededor. En el centro hay una capilla y un salón de catequesis, que hace las veces de plaza y lugar de reunión de la comunidad. Nos recibieron ahí, con pétalos de flores, cantos, aplausos y mucha alegría, en medio de una pobreza que sobrecogía. El Arzobispo, Monseñor Arshad, le preguntó a los niños cuál era su sueño. Todos contestaron lo mismo: estudiar.
Entre los presentes había dos hermanas, Adeel y Roha, que estudian en la universidad gracias al apoyo de la Iglesia. Sin duda, ellas podrán por fin salir del círculo de pobreza en que ha vivido su familia durante generaciones.
El 15 de marzo de 2015 un suicida se hizo explotar en Youhanabad, el barrio con mayor cantidad de cristianos en la ciudad de Lahore. La explosión fue en la entrada del atrio de la parroquia San Juan, porque el joven Akash Bashir, de 18 años, que trabajaba como voluntario de seguridad, impidió que el terrorista cometiera el atentado dentro del templo. Salvó la vida de cientos de personas y hoy, Akash está en proceso de beatificación.
Luego del atentado, los habitantes del lugar salieron a las calles para pedir seguridad. Más de 40 personas fueron arrestadas. Una de ellas fue Dixon. Como era una persona mayor su hijo Sumil tomó su lugar y pasó 5 años en prisión. Durante el primer año no pudo recibir visitas, su única hija quedó al cuidado de sus abuelos, ya que él es viudo, le daban comida de animales y continuamente le decían que si se convertía al Islam saldría libre. Luego de 5 años fue liberado, ya que no se le pudo comprobar ningún cargo. Cuando volvió a su hogar, no encontró ningún trabajo por haber estado en la cárcel. ACN lo apoyó con recursos para que se comprara un “rickshaw” y pudiera ganar un sueldo.
“Estoy orgulloso de ser cristiano”, nos dijo cuando lo visitamos en su pequeña casa, donde viven 10 personas. “Jesús murió por nosotros y yo estoy dispuesto a morir por El”.